jueves, 25 de marzo de 2010

Morder la ciudad

La ciudad es el fermento actual de nuestra civilización. No por nada nos hacemos llamar ciudadanos, lo que en el fondo quiere decir que provenimos de un entorno que nos hace posibles. Desde el 2008 más de la mitad de la población humana ha pasado a vivir en ciudades, siendo así, bien podemos aventurar que en ellas se definen las circunstancias de nuestro tiempo y en buena medida el futuro de la humanidad. Sin querer sonar apocalípticos.

Mencionaré a vista de pájaro algunos factores que hoy condicionan la vida en la ciudad: a) La condición energética y el petróleo: El petróleo es casi el fundamento de la ciudad moderna y la ciudad es casi el fundamento de la vida humana. ¿Qué va a pasar cuando nos quedemos sin petróleo, si eso llega a ocurrir, en nuestra ciudad? Para empezar la comida no podremos traerla tan fácilmente del campo, ni distribuirla al interior de las metrópolis. A su vez, la producción del alimento de manera industrial se verá seriamente afectada. ¿De dónde sacaremos abasto para tantos que hoy vivimos en la ciudad? ¿Cómo nos moveremos llegado el momento si todos nuestros sistemas de transporte penden de ese líquido negro para funcionar? ¿Cómo haremos electricidad en este país?

Por supuesto que existen las energías alternas y/o renovables, un tema que poco a poco suena más en el debate político mundial. Pero en México y en Guadalajara, no contamos con la tecnología para garantizar energía en caso de agotamiento del petróleo.

Entonces, problema de la sostenibilidad de la vida en la ciudad, su dependencia de un sistema energético. Ahora hablemos b) del territorio. Con los ríos contaminados, el aire sucio, las especies endémicas muertas, ecosistemas erosionados y suelos poco o nada fértiles, en suma, el territorio devastado, ¿qué ciudad podrá sobrevivir sin todo lo que le aporta el campo, el bosque, el mar? ¿qué agua beberemos cuando ya toda este contaminada? ¿qué transformaciones en nuestro cuerpo se verán efectuadas por lo que comemos, respiramos y bebemos? ¿Sobreviviremos como especie? Este problema nos plantea la necesidad de encontrar soluciones ambientales adecuadas para moderar nuestros sistemas de vida. Y estas soluciones no pueden sino provenir de nosotros mismos.

Dependencia para la sostenibilidad de la ciudad del territorio. Pasemos al punto 3) los sistemas políticos o cómo tomamos las decisiones correctas. En democracias arcaicas, es decir, representativas, donde unos cuantos toman decisiones por el resto que se supone les avala, ¿es posible representar a tantos ciudadanos aglomerados en un espacio? Si es posible, ¿cómo eligen los ciudadanos a quien los representa? ¿por el discurso, por el color de la camiseta, por el rostro bonito o feo, por la telenovela que actúan, por su calidad ética, por su compromiso para servir a los ciudadanos o por su claridad en la comprensión de los problemas que a todos nos afectarán tarde o temprano? ¿cómo hacer para que las decisiones de esos pocos sean las adecuadas? ¿Y cuáles son esas decisiones, quién las sabe? Si nuestros representantes parece que no están tomando las adecuadas, en parte es porque son incompetentes en los temas medulares y también porque no existe un consenso social que las señale. Si esto es así, ¿sigue vigente el deseo de ser representado por un tercero? Es decir, ¿creemos que de verdad un sólo individuo o unos cuantos de ellos pueden llegar a representar todos los deseos, la voluntad, las percepciones de cientos de miles de individuos? Si no estamos hablando de una sociedad totalmente estandarizada, totalmente homogeneizada, esto se antoja poco probable. Entonces la vida en la ciudad parece también depender de la toma de decisiones correctas, siempre perfectibles y sujetas a error, pero en definitiva, unas mejores que otras.

1) Energía e industria, 2) territorio y 3) democracia. Y entre todo ello, individuos, pueblos, personas (o sujetos con derechos). ¿Cómo le hacemos para ponernos de acuerdo unos con otros ante este gran desorden urbano, territorial, económico y ecológico? ¿Cómo le hacemos para ponernos de acuerdo siendo tan distintos (a veces), tan complicados, tan ensimismados, tan pasivos, tan distantes, tan somnolientos, tan histéricos, tan intelectuales, tan lúcidos, tan existencialmente abochornados, tan comunes?

En suma, ¿cómo le hacemos para que vivir en este espacio y en este tiempo no se vuelva una tortura sino una experiencia placentera que nos permita seguir explorando la vida?

Miles de variaciones de esta pregunta ha habido en las múltiples historias y tiempos humanos. Se han construido mitos, religiones, filosofías, sistemas políticos, estados y países. Nunca ha habido una respuesta única ni valedera para todos ni para todos los tiempos. Pero en este momento se plantea un problema que a otras historias humanas no se les había presentado: la gestión adecuada de los recursos naturales, su finitud y el peligro de su pronta extinción al menos en la calidad que hasta hoy habíamos conocido.

Hacer filosofía es pensar en todos estos problemas, tenerlos en cuenta al momento de tomar decisiones y promover su debate en nuestras ciudades. Hacer filosofía es, también, entender la lógica finitud de los recursos y cuestionar las verdades absolutas, como se dice del progreso, que dizque sólo hay uno. Hacer filosofía es hoy principalmente, a mi parecer, actuar e incluso atentar contra la ciudad, renunciar de alguna manera a ella aunque sea sin irse de ella.

¿Y cómo se renuncia sin irse? Cada quien puede plantear su estrategia. Hay ciudadanos que abandonan el automóvil, se independizan en su movilidad del petróleo, del pago de tenencia, seguros, robos, costo del vehículo. Hay unos más que comienzan a cultivar en sus patios, en sus azoteas, buscan la independencia alimentaria. Otros se organizan y pelean por salvar su río o su bosque, lo hacen por todos los demás que dependemos de ello pero no estamos tan cerca y no nos damos cuenta. Unos más le reclaman a los funcionarios públicos que tomen las mejores decisiones, cuestionan el modelo político que tenemos y buscan elaborar uno que funcione. Hay quienes ahora venden su tiempo y no su dinero y construyen bancos de tiempo para intercambiar servicios y así encontrar una autonomía fuera del sistema capitalista. Otros pelean porque se les reconozca como ciudadanos en democracia, es decir, con derecho a la igualdad más allá o más acá del género, de la condición social, de la edad, de las creencias, de las preferencias. Y finalmente hay quienes pelean por mejorar las condiciones laborales, ganar más derechos, reducir las jornadas de trabajo, incrementar los salarios, etc.

Pero hay quienes no luchan por nada de eso. Quizá, por exceso de razón han perdido toda fe en el cambio y en las soluciones. Quizá, no entienden los problemas antes expuestos o es que sus problemas son otros, como el desempleo, las relaciones de poder en la empresa, llevar comida a la mesa cada día, las enfermedades, la edad. No importa tanto analizar las razones de unos u otros. Lo alarmante es que no nos estamos encontrando unos con otros, cuando lo que sí importa es que nos hablemos y nos platiquemos todo eso que hacemos, que pensamos, que queremos y que, ante todo, nos escuchemos.

Al final, la vida, no tiene mucho sentido si no es por el otro que esta ahí y que como yo, tiene sus propios problemas. ¿Nos los platicamos y vemos que podemos hacer? ¿vemos como podemos vivir mejor sin quejarnos tanto ni pasarla tan mal? ¿nos ayudamos pues? O seguimos viviendo en una ciudad dispersa, mal planificada, con problemas de corrupción en todas las instituciones, ciudad violenta donde no toleramos la diferencia y a veces, ni siquiera, la coexistencia en el mismo espacio.

Atentar contra la ciudad es recuperarla y hacerla de nuevo, tomando en cuenta los problemas que ello conlleva y buscándoles una solución inteligente y amorosa. Atentar contra la ciudad es cambiarnos a nosotros mismos y nuestros dogmas. Poner entusiasmo en ese atentado, puede ser sumamente placentero.

publicado en www.felipeno.com