jueves, 15 de abril de 2010

Arrebatar la ciudad

¿Participación ciudadana o ejercicio de la soberanía? ¿Foritos, consultas públicas, sugerencias y recomendaciones o Control Social de lo Público?

El artículo 39 de nuestra Constitución Mexicana establece lo siguiente: “La soberanía nacional reside esencial y originariamente en el pueblo. Todo poder público dimana del pueblo y se instituye para beneficio de éste. El pueblo tiene en todo tiempo el inalienable derecho de alterar o modificar la forma de su gobierno.”

Hagamos algunas traducciones. Soberano según la RAE quiere decir: Que ejerce o posee la autoridad suprema e independiente; elevado, excelente y no superado; altivo, soberbio o presumido. Pueblo: Ciudad o villa; población de menor categoría; conjunto de personas de un lugar, región o país; gente común y humilde de una población; país con gobierno independiente. Poder: Tener expedita la facultad o potencia de hacer algo; tener facilidad, tiempo o lugar de hacer algo; Tener más fuerza que alguien, vencerle luchando cuerpo a cuerpo. Inalienable: que no se puede enajenar, es decir, pasar o transmitir a alguien el dominio de algo o algún otro derecho sobre ello. Alterar: Cambiar la esencia o forma de algo, perturbar, trastornar, inquietar, enojar, excitar, estropear, dañar, descomponer.

Con estas palabras podemos establecer el esbozo de una teoría civil, política, social y urbana. Muy cuestionable y sujeta a escarnio público. Pero digamos lo siguiente: el Soberano es el presumido y soberbio que se merece la total atención pues es la autoridad suprema. Terminología autoritaria un tanto pedante, pero si pensamos que el pueblo es el soberano, o si hacemos una traducción más actual, diríamos la ciudadanía, los ciudadanos, el ciudadano (la parte necesaria aunque no suficiente, e irreductible de un pueblo), entonces caemos en la cuenta de algo muy bello: la autoridad máxima reposa en cada uno de los que vivimos en un territorio, ciudad, campo, país. Nadie posee autoridad por encima de nadie. Y cada cual es el responsable absoluto de esta autoridad que posee.

¿Y cómo ejercemos esta autoridad? La palabra poder nos sugiere que mediante la facultad para actuar y hacer algo, hacer cosas. Práctica que, precisa la definición, supone un tiempo y un lugar. Para ejercer la soberanía necesitamos hacernos de un tiempo propio y disponer de un espacio para realizar prácticas de autoridad ciudadana. ¿Y para qué nos sirve dicha autoridad? La palabra alterar da pistas: para modificar las esencias, las formas. ¿De qué? del gobierno del pueblo, dice el 39, el orden público. ¿Y cómo? Perturbando, trastornando, inquietando, enojando, excitando, estropeando, dañando, descomponiendo.

Si tenemos temor de emplear palabras tan agresivas, podemos hacer la traducción tierna de todo esto. Alterar también puede ser transformar, amasar, cambiar, estimular, alentar, animar, entusiasmar. De alguna manera sinónimos de las palabras antes dichas.

Siéntase entonces, cada mexicano, servido de su máxima ley para con plena libertad ejercer lo único que no le puede ser arrebatado: su autoridad soberana.

Visto así, si admitimos que nadie tiene más autoridad que otro, el asunto se pone de pié. Si cada quien es la autoridad, lo cual quiere decir que no podemos imponerle nada a nadie salvo a nosotros mismos, ¿cómo plantearnos una salida de esta lucha encarnizada de unos contra otros, este abuso constante de unos por encima de otros?

¿Qué hacer ante un ambiente hostil al ejercicio de la soberanía? ¿Participar en foros, consultas públicas, esperar a que se le tome la opinión a cada quién para después ver que no pasa nada?

O de una vez tomar las calles, alterar el espacio público y arrebatar lo que es nuestro.

Nuestro gobierno ya no sirve. Ya no pinta ni las líneas de cebra, ni arregla las banquetas. No ofrece servicios de calidad y profesionales. Tampoco fomenta el territorio ni regula las ciudades. Mucho menos le pone límites y condiciones a un mercado voraz que nos dice que debemos trabajar día y noche para que México progrese, pero en cambio paga mal y hace pasar jornadas largas de estrés sin decirnos que la vida que ya se nos fue ningún bien nos la devolverá.

Las instituciones que controlan el presupuesto público, en esencia destinado para proporcionar servicios básicos a todos, despilfarran y malgastan ese dinero. Las instituciones que deben vigilar que exista un ambiente de respeto y convivencia, por el contrario buscan mordida. Las instituciones encargadas de hacer las leyes que en esencia han de favorecer al ciudadano, las hacen para mermar la soberanía de éste y sujetarlo así, al poder de unos cuantos, grupos fácticos y partidos políticos. Y a su vez, algunos ciudadanos con privilegios se creen superiores y con derecho para imponer a otros sus formas de vida y sus actitudes salvajes. Y mientras, el territorio se deteriora gravemente.

Suena grosero, pero pienso que si no empezamos a educarnos mutuamente, que no es sino decirnos las verdades a los ojos, difícilmente saldremos de este torbellino de compadrazgos, ídolos intocables y bufones de la política. Todos somos ciudadanos, pero algunos ejercen cargos públicos con altas responsabilidades. A ellos, cuando no actúen bien, será sano arrojarles vasos de agua a las caras, popó de perro o abandonar sus foros; darles las espaldas y pedirles que entiendan que esto no es personal, es un mecanismo de sobrevivencia porque nos estamos muriendo, es un derecho de estado civil el que nos permite alterar el orden público para asegurar la sobrevivencia de nuestro pueblo.


* Ayer fui a un desayunito a escuchar de mecanismos institucionales de participación ciudadana. Salí asqueado de sentir que el concepto se manosea para legitimar funcionarios. Y peor aún, que se piense que la gente es tonta o no esta preparada. Falta de sensibilidad para entender que las necesidades pueden ser otras y los mecanismos inhibidores de la participación que se quiere son la ausencia de acciones congruentes y de formas atractivas de ejercer la ciudadanía. Apelar a esquemas aburridos y sonsos a nadie motiva.

** Sostengo que toda forma de ejercicio de la soberanía debe ser siempre pacífica o de lo contrario dejaremos de construir un nuevo sujeto social que nos saque de este marasmo social: la ciudadanía empoderada.