lunes, 8 de junio de 2009

¿Por qué son y no son importantes las elecciones?

por el alumbrado

Las elecciones son una estrategia para arrebatar el apoderamiento de los individuos de su ciudad, de sus circunstancias, de su país. En este sentido, ir a votar no nos convierte necesariamente en ciudadanos, incluso puede producir el efecto contrario. A través de las elecciones confundimos nuestro deseo por participar de la construcción de nuestro mundo con el mecanismo de emplear el tiempo ante las urnas eligiendo un supuesto representante.

Hacerse ciudadano (cosa muy diferente a ser ciudadano) es cosa de todos los días. Tiene que ver con la experiencia que hacemos del espacio y del tiempo que habitamos, ya sea mediante el goce o el repudio de ello. Pero el hacer va más allá del mero espectáculo que transita ante nuestros ojos. Tiene que ver con la atención que damos a dicha experiencia y donde nos percatamos de lo agradable o desagradable de ella. Aquí nos interesa el disgusto, sobre todo cuando desemboca en un asunto activo, como son la manifestación urbana, la demanda jurídica o la exigencia del cumplimiento de las tareas de los responsables en turno.

El disgusto se vuelve pasivo por la falta de vitalidad o interés, o por el cansancio de los esfuerzos diarios, aunque no son éstos su último pretexto. La pasividad en último término se produce cuando no hay un clima propenso a transformar el disgusto en gusto a través de la reacción y acción. Aquí entran en juego la imaginación, la información y las instituciones que los individuos conocen o desconocen y que funcionan o han dejado de funcionar, siendo un mero espejismo de efectividad y compromiso.

En el caso del disgusto activo, el experimentador debe imaginar cómo resolver su disgusto, que puede ir desde la búsqueda de canales ya establecidos para ello (las instituciones) hasta la ardua pero artística labor de inventar nuevos canales, sobre todo cuando los canales que ya existen están tapados o son meras ilusiones que desembocan en el caño. Cuando vamos a votar se nos dice que esa es la manera más efectiva de canalizar los disgustos para elegir los medios que nos traerán los nuevos gustos. Pero en realidad ello es un arrebato de nuestro disgusto, lo que puede producir cierta tranquilidad pues nos han quitado esa inconformidad y nos han dado a cambio la sensación de haber hecho lo correcto.

Hoy en México las elecciones son ese espejismo que se apropia del disgusto ciudadano y lo encausa al caño. Así sucede porque un disgusto que pudo ser mucho más fructífero si no se desahogara en la simple elección, donde se acaba con el mero ritual vano de escribir sobre un papel. Deberíamos entender que eso es una farsa, por dos razones. La primera, que los electos no pueden resolvar todos nuestros disgustos por ellos mismos, es decir, sin nuestra participación. La segunda, que los políticos que hoy elegimos no están comprometidos con el trabajo real para transformar esos disgustos, pues lo que en el fondo hoy les compromete es su propio partido y sus intereses muy individuales. Después del 5 de julio los disgustos seguirán a la orden del día y los individuos seguirán acumulando ese disgusto hasta la próxima elección.

Hay otra manera más romántica de entender las elecciones. Se nos dice que es la boda entre ciudadanos y futuros gobernantes, el momento ritual donde uno deposita su confianza en el dedo del otro. Es decir, uno regala su anillo al otro. En este sentido etimológico, cobra sentido hablar del dedo anular, pues como su nombre lo dice, es el dedo que pasará a través del anillo. Hay quienes colocarán gustosos su carísimo anillo (pues las campañas son muy costosas) al dedo de los candidatos.

Los que hoy convocan a anular el voto en el fondo dicen que no quieren casarse, y que en lugar de presentar el anillo presentarán también el dedo anular. Dedo anular contra dedo anular y ahora sí estamos hablando de un encuentro equitativo y no de un mero engrane.

Pero no hay que dejar de pensar las cosas. También presentar el dedo anular puede desembocar en otra especie de engaño, en otro desahogo: que todo termina con esa gran cruz sobre la boleta. Aunque probablemente quienes han promovido el rechazo al matromonio (eso de que me representen es bastante machista) tienen idea de qué tipo de relación distinta quieren, no es seguro que todo mundo lo sepa ni que los mismos promotores en realidad vayan a trabajar por ello.

Así que es necesario restarle importancia al acto electoral. En él simplemente comenzará un gran rechazo a abandonar el disgusto y la inconformidad en las urnas (el anillo de los partidos). En su lugar los ciudadanos habrán de quedarse con ese disgusto, pero para trabajarlo y transformarlo realmente. Es el motor del cambio, que no nos lo alimenten con gasolina barata y altamente contaminante.

Habrá que imaginar nuevas formas para transformar esos disgustos. Habrá que crear otras relaciones con la clase política, habrá que destapar los canales y sacarlos del caño para apuntarlos efectivamente a donde deben ir. Hay que hacer muchas cosas y recuperando la fuerza, la alegría, la vitalidad, a pesar del malestar y la tristeza que hoy nos producen las campañas electorales.

Y la clase política tiene que participar si quiere seguir en el juego, porque hoy el juego se hace en la cancha de los ciudadanos, que son la mayoría y que somos todos, votemos como votemos o no votemos.

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